Soy Beatriz Sánchez y me encuentro en un permanente brain-storming.
En un estadio del que no logro (ni quiero) salir porque se trata de un lugar donde realmente disfruto de mi práctica.
Ahí construyo una identidad particular de la que surgen resultados sorprendentes, inconclusos e inagotables.
Nunca pretendo acabar nada; sólo juego a combinar diferentes elementos para aparcarlos luego en el esbozo de un posible acierto.
Los formatos con los que se asocia mi obra proceden del universo multimedia (vídeo, redes sociales, memes, gifs animados, mapas virtuales, live cinema), pero son herramientas que ahora combino con procesos más tradicionales: el modelado, el dibujo, el atrezzo o el collage.
Almaceno compulsivamente imágenes de todo tipo. Las virtuales las guardo en ‘una nube’ y las materiales en cajas de cartón.
Una vez dispuestos estos ingredientes sobre la mesa del laboratorio, desobedezco toda pauta “recetaria” y procedo a triturar varios de estos elementos donde obtengo un cóctel de esos que burbujean y echan humo —aunque de aspecto digerible— que al tragarlo dicen algunos que provoca reflujo. Supongo que debido al compuesto de la risa que, como se sabe, provoca contraindicaciones como la acidez.